Salvador Bandatte se enteró a las
veintidós horas y cuarenta y siete minutos de un jueves de principios de verano
que tenía una hermana. En realidad no
era su hermana en el amplio sentido de la palabra, se había criado con un novio
de su madre, Bobby y efectivamente era hija de Susana “Cristal” Bandatte,
fallecida el mismo día que Salvador recibió la noticia de la incorporación de
una rama más al árbol de la familia Bandatte, aunque, como es lógico en los
casos en los que la madre es común y el padre diferente no compartían ningún
apellido similar.
Según los informes oficiales
Susana o Susy para los amigos, falleció a las veintitrés horas y treinta dos
minutos de ese mismo jueves debido a un fallo respiratorio. Y, debemos
mencionar de paso el último deseo, por no decir la última cosa que exhaló, fue
que alguien le contase a su hija, la hermanastra de Bandatte, su sentimiento de
culpa por no haberla cuidado y no haberse portado como la madre que realmente
debería haber sido, es decir, que le dijese en resumidas cuentas que sentía no
haber estado ahí. Como es lógico en estos casos y siendo Susana madre soltera y
Salvador hijo único la obligación recayó de manera espontánea sobre él. Él
debía ser, según el código moral de aquél entonces, el responsable de tal ardua
empresa. Sin embargo, todo el ser humano que había tenido ocasión de tratar con
Salvador sabía perfectamente que, como el mal hijo que había sido siempre, le
importaría una mierda la vida de su hermanastra y, por consiguiente, el deseo
de su madre de tratar el tema ya citado con ella. Pero, para sorpresa de
muchos, incluido la mía, créanme, se presentó unas horas más tarde a las
puertas de mi casa.
Yo estaba con Tommy Lijú viendo
un documental sobre alces canadienses, de esos que tiene cuernos y un pelaje
marrón claro y se dedican a chocarse las astas y comer los hierbajos que logran
crecer entre la nieve. Cuando el timbre emitió su desagradable sonido dentro de
mis tímpanos la televisión reflejaba la cara de un Carl o Karl, o como se
llamase el tipo que llevaba estudiando a los cuadrúpedos cérvidos desde hacía
veinte ocho años. Ese pintoresco hombre me pareció sorprendente o al menos
triste, pues la vida de una persona que se dedica a clasificar y estudiar los
movimientos de varios alces en las montañas nevadas fronterizas con Alaska no
es una vida, al menos en mi opinión, que merezca la pena. Pero quién soy yo
para debatir en que tareas debemos emplear nuestras existencia. Supongo que
nadie, ustedes tampoco, no se vanaglorien ante mi mientras leen esto. Puede que
crean que el triste soy yo o que soy estúpido al ver de madrugada un documental
sobre alces en vez de ocupar mis noches en asuntos más confortables, como
dormir. Quizás ver como dos grandes cuadrúpedos se hacen astillas en los
cuernos sea más vital que estudiar, leer, escribir o comer o incluso más vital
que todas las cosas "buenas" juntas. Nadie puede saber con certeza
como has de vivir. Hagas lo que hagas, escojas lo que escojas, el final es
siempre el mismo, solo varía la dificultad del terreno y la velocidad con la
cual lo recorras. Lo necesario es la paciencia.
Volviendo de manera repentina al
caso que nos ocupa, es decir el detonante de la experiencia más intensa que he
tenido hasta entonces (pero claro, qué son veinte años) fue la cara de
Salvador, a medio camino entre el éxtasis y la desolación, nada más que abrí la
puerta.
-¿Qué haces aquí Bandatte?- Le
dije con un tono de incredibilidad, totalmente justificado debido a la
aparición a horas tan intempestivas de tal, porque no decirlo, pintoresco
personaje.
-Angelo, sé que tu y yo no nos
llevamos muy bien, pero mi madre acaba
de morir y necesito que me hagas un gran favor, verás –dijo antes de que yo
preguntara- necesito que me dejes la ranchera unos días, tengo que ir a decirle
a mi hermana las últimas palabras de mi madre.
-¿Mi ranchera?... ¡No sé quién te
habrá dicho eso, pero... lleva vendida un buen tiempo!
-Mierda, joder.- Salvador, desde
ahora "SB" (como todos le conocíamos en el barrio) estalló en un
llanto leve. Casi un gemido. Imperceptible y lastimoso.
-Lo siento tío. Te doy el pésame
por tu madre.
-Eres un mentiroso de mierda,
Angelo –dijo Tommy desde el sofá sin ni siquiera mover la cabeza- Lo que pasa
es que no quieres dejársela por lo de Alice.
-Maldita sea Tommy –rechiné entre
dientes- Vale, está bien. Te dejaré la ranchera, pero nos llevaras a Tommy y a
mí contigo, no voy a dejar mi pequeña a cualquiera y solo lo hago por la muerte
de tu madre. Conducirás tú y nadie volverá a mencionar a Alice en todo el
trayecto. ¿Para cuándo la necesitas, Salvador?
-Pues para ahora mismo –respondió
incluso antes de terminar mi pregunta- cada vez estaba más excitado, las
lagrimas se habían secado por el repentino subidón de calor en su cara, sudaba
incluso por la boca, se le notaba al respirar.
-Vale, pues vámonos ya – esta vez
Tommy se puso en pie de un salto para decirlo- yo continué pegado al marco de
la puerta con una expresión totalmente apática con tintes de sorpresa
(imagínensela ustedes).
Supongo que como de costumbre me
deje llevar. Había tenido la conversación más simple y estúpida
de toda mi vida. En ese momento me reí para dentro, me acuerdo bien.
Pensé que el dialogo entre SB y yo lo había escrito ese estereotipo de mal
guionista de cualquier serie o película de clase B, aunque no sé ni siquiera
porque lo pensé. En mi vida habia visto ninguna de grabación perteneciente a
esa categoría.
Es curioso como algunas cosas
quedan guardadas en el rincón más perdido de la mente y como otras, quizás las
que no supimos apreciar, se diluyen sin dejar rastro.
En este punto de la secuencia,
crucial por otro lado, pues estoy apunto de embarcarme en la travesía, entre el
áspero exterior del mundo y la confortabilidad de mi casa, en la frontera de
está contradicción, en el umbral de la puerta, quiero hacer mención de algo.
Los monólogos personales estuvieron, lógicamente, ligados a la historia de
manera constante en mi cabeza. Permitirme el lujo de erradicarlos sería poco
menos que un insulto hacia mi mente. Pueden pensar que soy un mal escritor por
ello. La verdad no me importa, no les culpo. También pueden pensar que soy un
idiota o un imbécil, pero no sería nada nuevo.
Me gustaría que tengan paciencia conmigo. Nunca he tenido un diario, he
escrito decenas de cosas en servilletas que luego he perdido o tirado sin darme
cuenta, ni siquiera he sido capaz de seguir una rutina constante con nada que
haya merecido la pena. Tratar de narrar esta experiencia es difícil para mi,
debo desnudarme ante el público, mostrarme por dentro y por fuera, hacer
ejercicios de memoria para tratar de reflejar cualquier leve aspecto que me haya
hecho saborear nuevo sentimientos... Solo pido compasión ante este loco y ante
su quimérica tarea. Por favor, juicios a parte. Ese es el trato. Mi deseo, mi
petición o mi suplica, como prefieran llamarlo, es no generar ningún tipo de
aversión hacia mi persona hasta que esta fugaz explosión mental sea completada
y los problemas de SB estén finitos, así evitaré su odio o su amor en todo
momento y serán objetivos, como los espectadores que realmente deben y quiero
que sean.
Estaba en el umbral, como ya he
mencionado. Con el corazón latiendo más rápido que nunca. Recogí las llaves del
coche del cuenco de la mesita de al lado de la entrada o de la salida, como lo
vea cada uno, de mi hogar y me puse la chaqueta vaquera sobre el hombro. Era
una noche tranquila, pero nunca se sabe como pueden cambiar las cosas, mi cara
seguía siendo el mejor reflejo de ello Al cerrar la puerta del pequeño
apartamento tras de mí mi mente se despejó parcialmente. Seguía teniendo los
ojos rojos y la boca seca, pero al menos ya no había humo. El flujo sanguíneo me golpeaba la sien. Jamás
había estado más excitado.
Salvador y Tommy bajaban
corriendo las escaleras hasta el garaje de tres en tres, yo me lo tome algo más
pausado. Me estaba preguntando por qué tenía tanto interés el cabrón de Tommy
en ser partícipe en una misión familiar, al menos en la misión familiar de
Salvador, enemigo incondicional de ambos desde la infancia, pero supongo que
los tiempos están cambiando y que cualquier excusa es buena para abandonar esta
ciudad de mierda. Hasta yo empecé a sentir aprecio por ese cabrón, al menos
como el pequeño Tommy y yo, él ahora también era huérfano.
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