6.22.2012

Así comienza el viaje (*)

Salvador Bandatte se enteró a las veintidós horas y cuarenta y siete minutos de un jueves de principios de verano que tenía una hermana.  En realidad no era su hermana en el amplio sentido de la palabra, se había criado con un novio de su madre, Bobby y efectivamente era hija de Susana “Cristal” Bandatte, fallecida el mismo día que Salvador recibió la noticia de la incorporación de una rama más al árbol de la familia Bandatte, aunque, como es lógico en los casos en los que la madre es común y el padre diferente no compartían ningún apellido similar.

Según los informes oficiales Susana o Susy para los amigos, falleció a las veintitrés horas y treinta dos minutos de ese mismo jueves debido a un fallo respiratorio. Y, debemos mencionar de paso el último deseo, por no decir la última cosa que exhaló, fue que alguien le contase a su hija, la hermanastra de Bandatte, su sentimiento de culpa por no haberla cuidado y no haberse portado como la madre que realmente debería haber sido, es decir, que le dijese en resumidas cuentas que sentía no haber estado ahí. Como es lógico en estos casos y siendo Susana madre soltera y Salvador hijo único la obligación recayó de manera espontánea sobre él. Él debía ser, según el código moral de aquél entonces, el responsable de tal ardua empresa. Sin embargo, todo el ser humano que había tenido ocasión de tratar con Salvador sabía perfectamente que, como el mal hijo que había sido siempre, le importaría una mierda la vida de su hermanastra y, por consiguiente, el deseo de su madre de tratar el tema ya citado con ella. Pero, para sorpresa de muchos, incluido la mía, créanme, se presentó unas horas más tarde a las puertas de mi casa.

Yo estaba con Tommy Lijú viendo un documental sobre alces canadienses, de esos que tiene cuernos y un pelaje marrón claro y se dedican a chocarse las astas y comer los hierbajos que logran crecer entre la nieve. Cuando el timbre emitió su desagradable sonido dentro de mis tímpanos la televisión reflejaba la cara de un Carl o Karl, o como se llamase el tipo que llevaba estudiando a los cuadrúpedos cérvidos desde hacía veinte ocho años. Ese pintoresco hombre me pareció sorprendente o al menos triste, pues la vida de una persona que se dedica a clasificar y estudiar los movimientos de varios alces en las montañas nevadas fronterizas con Alaska no es una vida, al menos en mi opinión, que merezca la pena. Pero quién soy yo para debatir en que tareas debemos emplear nuestras existencia. Supongo que nadie, ustedes tampoco, no se vanaglorien ante mi mientras leen esto. Puede que crean que el triste soy yo o que soy estúpido al ver de madrugada un documental sobre alces en vez de ocupar mis noches en asuntos más confortables, como dormir. Quizás ver como dos grandes cuadrúpedos se hacen astillas en los cuernos sea más vital que estudiar, leer, escribir o comer o incluso más vital que todas las cosas "buenas" juntas. Nadie puede saber con certeza como has de vivir. Hagas lo que hagas, escojas lo que escojas, el final es siempre el mismo, solo varía la dificultad del terreno y la velocidad con la cual lo recorras. Lo necesario es la paciencia.

Volviendo de manera repentina al caso que nos ocupa, es decir el detonante de la experiencia más intensa que he tenido hasta entonces (pero claro, qué son veinte años) fue la cara de Salvador, a medio camino entre el éxtasis y la desolación, nada más que abrí la puerta.

-¿Qué haces aquí Bandatte?- Le dije con un tono de incredibilidad, totalmente justificado debido a la aparición a horas tan intempestivas de tal, porque no decirlo, pintoresco personaje.

-Angelo, sé que tu y yo no nos llevamos muy bien,  pero mi madre acaba de morir y necesito que me hagas un gran favor, verás –dijo antes de que yo preguntara- necesito que me dejes la ranchera unos días, tengo que ir a decirle a mi hermana las últimas palabras de mi madre.

-¿Mi ranchera?... ¡No sé quién te habrá dicho eso, pero... lleva vendida un buen tiempo!

-Mierda, joder.- Salvador, desde ahora "SB" (como todos le conocíamos en el barrio) estalló en un llanto leve. Casi un gemido. Imperceptible y lastimoso.

-Lo siento tío. Te doy el pésame por tu madre.

-Eres un mentiroso de mierda, Angelo –dijo Tommy desde el sofá sin ni siquiera mover la cabeza- Lo que pasa es que no quieres dejársela por lo de Alice.

-Maldita sea Tommy –rechiné entre dientes- Vale, está bien. Te dejaré la ranchera, pero nos llevaras a Tommy y a mí contigo, no voy a dejar mi pequeña a cualquiera y solo lo hago por la muerte de tu madre. Conducirás tú y nadie volverá a mencionar a Alice en todo el trayecto. ¿Para cuándo la necesitas, Salvador?

-Pues para ahora mismo –respondió incluso antes de terminar mi pregunta- cada vez estaba más excitado, las lagrimas se habían secado por el repentino subidón de calor en su cara, sudaba incluso por la boca, se le notaba al respirar.

-Vale, pues vámonos ya – esta vez Tommy se puso en pie de un salto para decirlo- yo continué pegado al marco de la puerta con una expresión totalmente apática con tintes de sorpresa (imagínensela ustedes).

Supongo que como de costumbre me deje llevar. Había tenido la conversación más simple  y estúpida  de toda mi vida. En ese momento me reí para dentro, me acuerdo bien. Pensé que el dialogo entre SB y yo lo había escrito ese estereotipo de mal guionista de cualquier serie o película de clase B, aunque no sé ni siquiera porque lo pensé. En mi vida habia visto ninguna de grabación perteneciente a esa categoría.

Es curioso como algunas cosas quedan guardadas en el rincón más perdido de la mente y como otras, quizás las que no supimos apreciar, se diluyen sin dejar rastro.

En este punto de la secuencia, crucial por otro lado, pues estoy apunto de embarcarme en la travesía, entre el áspero exterior del mundo y la confortabilidad de mi casa, en la frontera de está contradicción, en el umbral de la puerta, quiero hacer mención de algo. Los monólogos personales estuvieron, lógicamente, ligados a la historia de manera constante en mi cabeza. Permitirme el lujo de erradicarlos sería poco menos que un insulto hacia mi mente. Pueden pensar que soy un mal escritor por ello. La verdad no me importa, no les culpo. También pueden pensar que soy un idiota o un imbécil, pero no sería nada nuevo.  Me gustaría que tengan paciencia conmigo. Nunca he tenido un diario, he escrito decenas de cosas en servilletas que luego he perdido o tirado sin darme cuenta, ni siquiera he sido capaz de seguir una rutina constante con nada que haya merecido la pena. Tratar de narrar esta experiencia es difícil para mi, debo desnudarme ante el público, mostrarme por dentro y por fuera, hacer ejercicios de memoria para tratar de reflejar cualquier leve aspecto que me haya hecho saborear nuevo sentimientos... Solo pido compasión ante este loco y ante su quimérica tarea. Por favor, juicios a parte. Ese es el trato. Mi deseo, mi petición o mi suplica, como prefieran llamarlo, es no generar ningún tipo de aversión hacia mi persona hasta que esta fugaz explosión mental sea completada y los problemas de SB estén finitos, así evitaré su odio o su amor en todo momento y serán objetivos, como los espectadores que realmente deben y quiero que sean.

Estaba en el umbral, como ya he mencionado. Con el corazón latiendo más rápido que nunca. Recogí las llaves del coche del cuenco de la mesita de al lado de la entrada o de la salida, como lo vea cada uno, de mi hogar y me puse la chaqueta vaquera sobre el hombro. Era una noche tranquila, pero nunca se sabe como pueden cambiar las cosas, mi cara seguía siendo el mejor reflejo de ello Al cerrar la puerta del pequeño apartamento tras de mí mi mente se despejó parcialmente. Seguía teniendo los ojos rojos y la boca seca, pero al menos ya no había humo.  El flujo sanguíneo me golpeaba la sien. Jamás había estado más excitado.
Salvador y Tommy bajaban corriendo las escaleras hasta el garaje de tres en tres, yo me lo tome algo más pausado. Me estaba preguntando por qué tenía tanto interés el cabrón de Tommy en ser partícipe en una misión familiar, al menos en la misión familiar de Salvador, enemigo incondicional de ambos desde la infancia, pero supongo que los tiempos están cambiando y que cualquier excusa es buena para abandonar esta ciudad de mierda. Hasta yo empecé a sentir aprecio por ese cabrón, al menos como el pequeño Tommy y yo, él ahora también era huérfano.

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